lunes, 19 de octubre de 2009

Algo en común

Ella hacía que la comida le había sentado bien. Él observaba con disimulo la aguja de su reloj, como si su mente pudiera hacer que se moviera más rápido. Ninguno de los dos se miraba.

Ella observaba al resto de los comensales y hacía como que no pasaba nada. Él conversaba con algún carraspeo que le ayudara a eliminar el mal sabor de boca que le dejaban esos silencios. Ambos esperaban la cuenta.

Ella rebuscaba en su mente algún tema de conversación para que el silencio no la aturdiera. Él recordaba que hasta el silencio de los primeros años se utilizaba para hablar con la mirada. Los dos lo sabían y se resignaban.

Ella decidió ir al baño a repasarse la raya de rimel que disimulara sus ojos ausentes y de paso, hacer que el tiempo pasara. Él hacía que la esperaba a la vez que deseaba que no regresara. Ambos se querían pero no se amaban.

Ella regresó con el sufrimiento enmarcado por el rimel y remarcado con polvos grises que conjuntaban con su mirada. El adivinó entre esas sombras la falta de fuerza para cortar lo que quedaba de los dos y tragó saliva. Ambos sabían que ninguno daría el paso definitivo, así es que abandonaron el restaurante como dos extraños. Dos extraños que se conocían a la perfección y que sí compartían algo: almohada y sentimiento de culpa.

lunes, 15 de junio de 2009

Competidor de la RAE

¿A dónde van todos las voces melancólicas que le hablan al mar, las promesas de los enamorados o las palabras grabadas en la arena? No me extraña que tenga sus propios métodos para deshacerse de algunas. Por ejemplo, vomitar algún mensaje en una botella o enviar a una de esas caracolas chivatas que salen a la playa en busca de un oído curioso al que hablarle.

Mi secreto allí ha quedado, flotando durante 10 segundos, subiendo y bajando de la ola como si no hubiera entendido que no se trataba de una playa nudista y me estaba dejando en pelotas por momentos.

Eché un vistazo alrededor por si alguien se estaba dando cuenta de algo y cuando volví a mirar al horizonte, ya le había perdido el rastro. Qué suerte tengo de tener secretos tan poco exhibicionistas.

Si alguna vez el mar lo expulsa y lo recoges, por favor, que quede entre nosotros.
Sabrás donde encontrarme, dejé todas las pistas en la posdata de mi secreto. Cuando me reconozcas, no digas nada, ni te pongas la caracola en la solapa de la camisa; no hará falta; sólo bésame y entonces seré yo quien te descubra a ti.

viernes, 12 de junio de 2009

destapalarealidad

"Hola Aitana, me llamo Josep Más Caro No Por Favor y tengo 102 años. Soy un suertudo. Suertudo porque me quedan dos telediarios, por cobrar la jubilación, por poderme dedicar a inspeccionar obras sin haber estudiado ninguna carrera, por tener una beca a Benidorm todos los veranos…

Te preguntarás cuál es la razón de venir a conocerte hoy, y es que muchos te dirán que a quién se le ocurre llegar en los tiempos que corren, que hay crisis, que no se puede. Esto te hará fuerte:

Yo viví momentos peores que éste, sin videoconsolas, ni nada, pero al final de lo único que te vas a acordar es de lo que te recuerde tu Facebook, tu busca, tu agenda electrónica...

No te entretengas en tonterías que las hay y vete a buscar el útero de tu madre que es lo que te hará feliz, que el tiempo corre muy deprisa salvo en las colas del INEM.

He vivido 102 años y te aseguro que lo único que no te va a gustar de la vida, es que te ha tocado vivir ésta.

Estás aquí por estar"
Adaptación del anuncio de Poca Cola, con todo mi respeto y sin acritud ninguna.

domingo, 31 de mayo de 2009

¿FELIZ? Cumpleaños

Atrás quedaron los cumpleaños con los bikinis de tranchete y jamón York; el típico amigo que pringaba los panchitos en la bebida; los mix de cola, naranja y limón en un mismo vaso; la piñata...

Las madres descuidaban nuestra alimentación sólo en ese día especial y luego te cantaban el “y que cumplas muchos más”. Con esas merendolas tan dañinas, cualquiera lo diría.

Tu madre te obligaba a decirle a cada niño que venía con un regalo: “no hacía falta que me trajeras nada, pero muchas gracias”. Y luego era ella la que decía que en vez de dos botes de colonia “Chispas”, podían haberte comprado unas bragas. ¿En qué quedamos? los adultos son unos egoístas que se ahogan en las apariencias, pensaba yo con diez años.

Hoy cumplo 24. Tengo que soplar todo un santuario cuando tengo los pulmones atrofiados de fumar; comerme la tarta que me supondrá un régimen de tres días; dar las gracias por la felicitación a personas que ni sabía que existían gracias a las nuevas tecnologías que están para recordarle a todo el mundo que hoy, es mi día especial.

La frase ¡qué mayor eres! ya no sienta bien. Y menos cuando te la dice tu abuela aunque sea con todo el cariño del mundo. Los regalos dejan de ser sorpresa teniendo en cuenta que a mediados de mayo, tus amigos empiezan a preguntarte si te gusta cada cosa que ves en un escaparate.

En este 24 cumpleaños, los invitados se han reducido a la mitad y la única piñata es mi cabeza.

martes, 26 de mayo de 2009

Cómo ganarle el juicio a la vida

La vida no deja de recordarnos quién es. Sus situaciones embarazosas, nos obligan a sentirnos de nuevo como fetos rodeados de un líquido amniótico con sabor amargo.

Volvemos a ser débiles, indefensos y dependientes, atados a su mejor aliado: un cordón umbilical que nos envuelve el cuello, ejerce presión en las anginas y además se empeña en enseñarnos a base de golpes, como en la vieja escuela, sin que nadie denuncie este modo de aprendizaje.

Y lo peor es que el cordón umbilical post parto parece impune e inmortal cuando se adueña de nosotros. Pero la Ley se las sabe todas y por eso, el Ordenamiento Jurídico establece dos modos de afrontar el juicio:

Caso 1:
Hacer con él un nudo doble ocho, lanzarnos a hacer puenting, chillar fuertemente sin que nadie nos oiga haciendo volar las preocupaciones que se acumulan en la suela del zapato y que nos hacen arrastrar los pies.
Después pisar tierra, echar la vista atrás y ver como en el cordón se queda colgado, ahorcando nuestra agonía.

Caso 2:
Practicarle el nudo cabeza de turco y perseguir la madeja infinita que arrastra tras de sí un arsenal de costura compuesto por: un dedal para cubrir la huella de identidad desgastada por el poco tacto de la vida y una aguja con la que nos desangramos intentando probar una y otra vez que se trata de una pesadilla.

¿Ocultar las preocupaciones y engañarnos como si nada ocurriera o enfrentarnos a ellas y hacerlas volar?

La elección sería fácil si no fuera porque la vida tiene de vida, lo que la justicia de justa.

martes, 12 de mayo de 2009

¿Quién soy?




Humo de alcantarillas, chimeneas, fumadores de pipa y perritos calientes.
Con rasca cielos, con rasca y gana, con rasca y pica. Donde no se juega a qué forma tienen las nubes, sino a vivir en ellas y las estrellas no se miran, se dibujan en el suelo.
Donde las pisadas se confunden, los neumáticos se funden y los tacones se clavan en los dientes de cocodrilos.
La ciudad que nunca duerme, pero que persigue el eterno sueño americano. La de las contradicciones y las adicciones.
La de las calles pintadas de luces, la del “boogie-woogie”. La ciudad que es eterna y de usar y tirar. La de sin más ley que la de ser uno mismo. La de la quinta, la sexta, la séptima, la del infinito. Con luces de neón por vena, sudor de Poca Cola, bolsos forrados de piel y carteras desnudas.
De locales de expresionismo abstracto, contenedores “Ready made”, pistolas a sangre fría y sopa caliente de tomate Campbell. Una maqueta a brochazo de bombilla desde el Empire State.
Donde se desayuna con diamantes y se cena una hamburguesa, donde los escaparates compiten con Victoria Beckan, las galerías se mudan cada día de pared y el “imagine” aún resuena.

domingo, 10 de mayo de 2009

Si fuera Mr. Potato...


Colocaría mis labios sobre los tuyos, una oreja al lado de tu nariz para sentir tu respiración y la otra junto a tu boca para notar tu aliento sobre el cartílago.
Después colocaría mi nariz en tus mejillas para hacerte cosquillas, y un ojo en tu frente para leerte el pensamiento.
Luego saldríamos a la calle y correríamos hasta el Himalaya sin detenernos. Me agarraría a tu mano para no tropezarme, dejándome guiar por el ojo que compartimos.
Allí no seríamos monstruos con la cara desfigurada. Tú serías un Dios, y yo al fin, tendría fe en una religión.
Nos quedaríamos allí, infinitamente, sin tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límite, ni ideas, sin este mundo, ni aquél.
Y el nirvana se quedaría corto.