
La gente se queja de lo aburrido que es viajar en metro y cuando están bajo tierra, añoran inventar figuritas en las nubes (luego les da pereza hacerlo por el dolor de cuello que les supone)
Es cierto que en el metro te sientes hormiguita, como en un tubo que te dispara a presión hacia un destino rutinario.
Algunos transforman el trayecto escuchando música, leyendo libros…
Para mí, leer en el metro es perderse muchas historias reales, escritas en los ojos de los que viajan conmigo, que comparten mi vagón y por lo tanto, un momento concreto de mi vida.
Me gusta observar las caras de la gente mientras absorbe letras y adivinar de qué versa la novela así como descubrir algo del carácter de la persona (en ejercicio del “Dime qué lees y te diré quién eres”)
Otra forma de paliar el aburrimiento que recomiendo es trazar un mapa mental descriptivo de la persona que tenemos en frente: ropa, manos, joyas, olor, aparato tecnológico X y adivinar por medio de estas pistas a dónde se dirige, a qué se dedica, si tiene hijos, amante…( infinitas posibilidades que no dejan de ser meras especulaciones pero que fomentan la imaginación)
Puede que la gente entienda esto como un acto de intromisión en la vida del otro, para mí es un ejercicio complementario a los sudokus que no hace daño a nadie sino que por el contrario, provoca que nada pase desapercibido a nuestros sentidos.
Si buscamos nuevas formas de ver, nos renovamos a diario. Es la rutina la que tiene que pasar inadvertida a nuestros ojos pues no existe si no la miramos.