
Dejé todo preparado para cuando tú llegaras. Venías empapado y tan sólo me diste un beso húmedo en la mejilla sin decir una palabra. Estabas tan atractivo…
Permaneciste callado casi todo el tiempo y no me dijiste si te gustó el detalle de cenar con las luces apagadas. La verdad es que no me importó pues para mí estaba siendo la noche más romántica de nuestros últimos años.
Por fin me pediste un brindis mientras jugabas a que el vino rozara suavemente la pared de la copa y fijabas tu mirada en el primer botón de mi camisa.
Me sentía muy extraña en nuestra “cita a ciegas”. Había olvidado lo que era cenar a la luz de una vela, las ganas de rozarte la pierna con la aguja de mi tacón, la excitación de intercambiar comida del plato y compartir tenedor.
Ayer no éramos ni tú ni yo, sino dos sombras extrañas que compartían una mesa ruborizada por el tacto de nuestras sutiles caricias. La misma que a diario es testigo de desayunos mudos.
Cuando la vela se apagó, mi respiración se encendió de pronto, como si la llama se hubiera fugado al interior de mi pecho. Tan sólo percibía el olor del deseo y tu aliento en ritmo ascendente. La silueta de una mano ansiosa, me condujo hasta otra irreconocible habitación. Tropecé con la mesilla de noche y entonces, cuando encendiste la luz para ver qué me había ocurrido, volvimos a ser el matrimonio de siempre.
Gracias a la excusa del apagón, dejé de ser invisible durante una hora, ¿paradójico verdad? Que se lo pregunten al planeta que seguro que me entiende.
Hoy, las luces se encenderán y él y yo volveremos a ser invisibles.
Permaneciste callado casi todo el tiempo y no me dijiste si te gustó el detalle de cenar con las luces apagadas. La verdad es que no me importó pues para mí estaba siendo la noche más romántica de nuestros últimos años.
Por fin me pediste un brindis mientras jugabas a que el vino rozara suavemente la pared de la copa y fijabas tu mirada en el primer botón de mi camisa.
Me sentía muy extraña en nuestra “cita a ciegas”. Había olvidado lo que era cenar a la luz de una vela, las ganas de rozarte la pierna con la aguja de mi tacón, la excitación de intercambiar comida del plato y compartir tenedor.
Ayer no éramos ni tú ni yo, sino dos sombras extrañas que compartían una mesa ruborizada por el tacto de nuestras sutiles caricias. La misma que a diario es testigo de desayunos mudos.
Cuando la vela se apagó, mi respiración se encendió de pronto, como si la llama se hubiera fugado al interior de mi pecho. Tan sólo percibía el olor del deseo y tu aliento en ritmo ascendente. La silueta de una mano ansiosa, me condujo hasta otra irreconocible habitación. Tropecé con la mesilla de noche y entonces, cuando encendiste la luz para ver qué me había ocurrido, volvimos a ser el matrimonio de siempre.
Gracias a la excusa del apagón, dejé de ser invisible durante una hora, ¿paradójico verdad? Que se lo pregunten al planeta que seguro que me entiende.
Hoy, las luces se encenderán y él y yo volveremos a ser invisibles.