
Hay tantas máscaras como circunstancias y tantos antifaces como pares de ojos, miradas, caricias o sentimientos.
En cada lugar somos alguien distinto, por eso nunca dejamos de sorprendernos.
Podemos ser actores secundarios en nuestra vida y protagonistas en la vida del otro, o creernos protagonistas y no ser ni el apuntador.
Podemos ser actores secundarios en nuestra vida y protagonistas en la vida del otro, o creernos protagonistas y no ser ni el apuntador.
Vivimos en constante cambio, adaptándonos al entorno, intentando mejorar por nuestra propia supervivencia y la de los demás. No sabemos quiénes somos aunque sospechamos quiénes queremos ser. El tiempo es el que nos va aconsejando el atuendo.
Renovamos vestuario, nos cortamos el pelo, tatuamos la piel, porque el mismo disfraz nos aburre. De esta manera sí percibimos el cambio. Mudamos de carne porque nos cansa lo conocido aunque también temamos lo desconocido.
Así son nuestros disfraces: paradójicos como la vida, imprevisibles como la muerte.